Un día en la vida de Conrad Green
Prólogo
Ring Lardner, apodo de Ringgold Wilmer Lardner, fue uno de los escritores estadounidenses más exitosos de los años veinte. Nacido en 1885 en Michigan, comenzó su carrera como periodista deportivo especializado en béisbol. Su agudo sentido del humor, su mirada escrupulosa y su excelente oído para capturar la lengua de todos los días en sus columnas deportivas lograron convertir a los fanáticos del béisbol en lectores compulsivos, que se entretenían con sus notas hasta cuando relataba el partido más aburrido de la American League. Escribió más de 4.500 artículos y columnas para distintos periódicos y llegó a dirigir el St. Louis Sporting News y el Boston American.
Cuando años más tarde se embarca en la escritura de ficción, no suelta completamente el cabo que lo une al béisbol, ya que en 1916 publica su primer libro, You Know Me Al, que es una serie de cartas que un jugador amateur de béisbol, casi analfabeto, le escribe a un amigo y que originalmente fueron publicadas en forma de fascículos en el Saturday Evening Post. A través de este personaje, Lardner expone con humor satírico la estupidez y la avaricia de algunos deportistas.
Al mudarse a Nueva York en 1919, su campo de interés se amplía y comienza a abordar todo tipo de situaciones cotidianas con agudeza, ironía y una fuerte critica a los valores tradicionales. Sin embargo, lo distintivo de su prosa es su genio para levar el anda que amarraba la literatura a las reglas convencionales de la lengua inglesa y, en su lugar, acoger la lengua coloquial que recorría a pie las calles de Estados Unidos y pugnaba por ocupar un espacio en el mundo literario. De la mano de Lardner nacen el argot vernáculo, el desenfado literario, el registro verídico de la oralidad cotidiana, pero ceñidos a un humor inteligente. Bien valen las palabras de Jonathan Yardley cuando dijo que Lardner «nos enseñó cómo hablamos» (The man who taught us how we talk). Sus personajes hablan como suenan y se muestran corno piensan. El registro de lengua que utiliza no es un artificio, sino que es la auténtica voz de sus personajes.
Esa lengua coloquial que le permite retratar con humor la complejidad de las relaciones interpersonales no solo es muy colorida, sino pródiga en juegos de palabras. De allí que sus cuentos planteen desafíos casi insalvables a la traducción, si nos propusiéramos serles excesivamente fieles a su letra.
Sus personajes son hombres y mujeres comunes y corrientes, que llevan vidas anodinas, que se equivocan sin saberlo, que creen saber y que viven despreocupados ante la hipocresía que dejan al descubierto, porque lo cierto es que ellos hablan por sí mismos. Lardner no interviene; los deja actuar. Y ellos están decididos a mostrarse en toda su desnudez. Nos reímos con lo que dicen, con cómo lo dicen y con cómo actúan, pero, más temprano que tarde, nos sube un sabor amargo. Porque la lengua que hablan sirve para engañar, para no escuchar, para manipular. La lengua como espejo de las conductas humanas que Lardner proyecta con perspicacia y talento.
Su estilo realista, que se manifiesta sobre todo en los diálogos, pero también en los errores que sus personajes cometen al hablar o escribir, influyó en el joven Ernest Hemingway y recibió los elogios de Virginia Woolf. Su gran amigo Scott Fitzgerald admiraba su uso de la lengua, ya que lograba un retrato completo y fidedigno de sus personajes con pocas pero muy precisas pinceladas.
Lardner también era un apasionado del teatro. Escribió una serie de obras, pero la única exitosa fue June Moon (1929), escrita en colaboración con George S. Kaufman y basada en su cuento «Algunos las prefieren frías».
La crítica lo aclamó por ser «el mejor escritor en lengua vernácula desde los tiempos de Twain» y por su inigualable mirada satírica. Hoy, Ring Lardner es considerado, junto a O. Henry, el gran maestro del cuento del siglo xx. Murió el 25 de septiembre de 1933 a los 48 años en East Hampton, Nueva York. Sus cuatro hijos, que tuvo con Ellis Abbott, son escritores.
Estos cuentos fueron seleccionados con la intención de ofrecer una muestra representativa de la prosa de Ring Lardner, de las conductas humanas sobre las que gustaba ironizar y de sus intereses, incluso de aquellos que pueden amedrentar en un principio por ser culturalmente ajenos a quienes no somos aficionados al béisbol, como es el caso de «Herradura». Esta muestra está poblada de los personajes típicos de Lardner, todos con ocupaciones, géneros y universos diferentes, pero, apoco de correr el velo, descubrimos que a todos los aqueja el mismo problema de comunicación, tema que atraviesa toda la obra de Lardner.
Julia Benseñor